“Pero con el tiempo te haces viejo y entonces ves la muerte. Entonces te das cuenta de que nada, ni el poder, ni la gloria, ni la riqueza, ni el placer, ni tampoco siquiera verse libre del sufrimiento, tiene tanto valor como el simple acto de respirar el simple acto de estar vivo, incluso con todo el pesar del recuerdo y el dolor de poseer un cuerpo irremediablemente gastado; simplemente saber que estás vivo”
William Faulkner.
Cuando a la vida no se le encuentra más que un solo sentido, cuando cada aliento, suspiro, se compone de la misma esencia; cuando los ojos tienen un velo y solo dejan ver con esa neblina de deseo. Darse cuenta que solo se vive para aquello que hace vibrar, que da la energía, la convicción, que se arrastra desde el sueño nocturno a la claridad del amanecer y comienza a ser la semilla de todos los actos.
Eso que apasiona, que aunque cambies de casa, de nombre, de religión, de vida, no se puede dejar atrás.
La biografía de Truman Capote cuenta la vida de un apasionado, comenzó a escribir - según sus propias palabras – para mitigar el aislamiento sufrido durante su infancia en una granja al sur de Estados Unidos, lo cual desarrolló su talento innato: la escritura. Llegando a escribir como periodista en la revista “The New Yorker” tan solo a los 17 años.
Su éxito comienza con el relato “Miriam”, el cual lo hace acreedor del premio O’Henry, desde ese momento en adelante la crítica lo aplaudió y celebró llegándole a llamar “El discípulo de Poe”. Motivado por su pasión que rugía sin reservas al escribir, se convirtió de un vanguardista, fue uno de los primeros en tocar el tema de la homosexualidad abiertamente en su primera novela “Otras voces, otros ámbitos”.
Su trabajo de 1966 fue el más galardonado, “A sangre fría” se convirtió en un referente para lo que luego sería el nuevo periodismo.
Dejándose llevar por la obsesión que ponía a su obra en el centro de todo su mundo, escribió “Answered Prayers” donde contaba vivencias íntimas de sus amigos, escuetamente disfrazados de personajes de ficción. Su círculo social lo repudió y lo tildaron de “caníbal”.
Siguiendo su línea de trabajos desvergonzados, sin límites, donde ponía todo en juego con tal de escribir lo que tanto deseaba, nació “Música para camaleones”, una obra donde se ponía en evidencia a sí mismo, Capote escribió: “Soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio”. Luego en una cadena de autodestrucción y creatividad desbordante, llega su muerte por sobredosis en 1984.
A pesar de haber muerto en degradantes condiciones, Truman es un ejemplo de cómo un hombre puede dejar todo de lado por su arte, hasta la propia vida; además fue capaz de idear su propia escala de valores que le permitiera crear sin tapujos. Sin duda, nunca pudo sacar todo lo que llevaba dentro, ya que probablemente, sus ideas internas fueron un universo complejo esbozado de palabras vagas queriendo salir, presionando cada parte de su cuerpo, obligándolo a vivir para ello. Es por eso que quizás lo más prudente es decir gracias. Gracias por dejarte llevar, por darlo todo y perderlo todo a la vez. Por permitir deleitarnos con tu delicada prosa y ver, un poco a través de tus palabras, el universo que tenías dentro.
No son pocos los casos de genios que lo dan todo por la obra, que tienen vidas desgarradas, solitarias, tristes, donde su fuerza interior es solo la pulsación irresistible de su pasión.
Es así como Faulkner, premio Nobel de literatura en 1949, nos lleva por su vertiginosa prosa, donde tiende a perderse en paisajes y tramas secundarias, como estallidos de sus músculos de novela, conserva la virtud de mantenernos temblando cuando vamos por los pasadizos literarios en que nos muestra lóbregos rincones del corazón humano; su corazón desnudo de palabras burbujeantes.
Faulkner en su obra levanta lo más íntimo del hombre, sus esperanzas, cobardías, mezquindades; sueños rotos, amores crudos, heroísmos inútiles, pasiones primarias, dolores punzantes, sentimientos galopantes, pasiones.
Explícitos se muestran estos rasgos en la obra, “Una Fábula” (1954), novela a la cual le dedicó más tiempo y que lo hizo obtener el premio Pulitzer. La trajo al mundo con la idea de que daría un golpe definitivo, finalmente no es considerada la cumbre de su literatura, es más bien una obra llena de pólvora, trincheras y proyectiles que sin quererlo caen en William y lo hacen trizas.
Faulkner responde solo ante su instintiva pasión, se considera despiadado y aclara que las ideas que trae como flechas adentro, lo angustian a tal punto que debe liberarse de ellas.
Junto con esto lo pierde todo, tal como un genio apasionado lo debe hacer cuando la sangre le hierve en palabras, las entrañas se convierten en linotipias zigzagueantes, intrépidas que ni con un sorbo de buen whisky dejan de trabajar.
Cerebro lúcido, plagado de chispazos como gran tormenta eléctrica que atemoriza al pueblo espectador. Sangre de tinta que lleva a las nubes la presión arterial; huesos de escritorio, madera vieja, corroída de dolor, de locura, de angustia.
Genios que vienen a crear, a entregar; a vivir pasión, no su vida. Genios despreciados, temidos, galardonados, criticados y muchas veces perdonados. No les queda más que regurgitar lo que tienen dentro, sin filtros, dejando esparcido el líquido onírico, intelectual, ¡increíble!; líquido que contamina con su honestidad, dejando sorprendido al lector, que no quiere leer mas, para no seguir viendo su reflejo desnudo en la tinta.
Cuando traemos estas memorables historias a tiempos actuales es difícil no preguntarse donde están hoy los periodistas apasionados. Entendiendo el periodismo escrito como un género literario, lleva a pensar que debe ser conmovedor y excitante el acto de redactar, haciendo nacer las pasiones más profundas.
Antes el oficio de periodista era un trabajo 24/7, se comía noticias, se respiraban opiniones, de vivía ética, las amistades estaban en el círculo de la prensa, la reunión de pauta suponía una junta de amigos, quiénes amaban tanto tu trabajo que no podían evitar hablar de él. Y la lectura, claro, era el hobbie mas querido. Para quien sentía el periodismo en sus venas, sin duda era un gusto trabajar para ello.
La responsabilidad social de tener en las manos la información y poder presentarla de la forma que estimen conveniente, la oportunidad de usar este medio como herramienta, ya sea para ayudar a las clases más desvalidas o para hacer de éste un país más democrático; la posibilidad de ayudar desde su escritorio a formar la opinión de alguien, o simplemente ampliar el punto de vista de una persona para que pueda tomar la decisión correcta, hace de esta profesión (hoy en día) una tarea ardua, interesante y éticamente intrincada.
Pero en estos tiempos se ven periodistas o “comunicadores sociales” lejanos a ese contexto épico del periodismo de antaño. Quizás más ególatras, más ingenuos, sin calle, sin afán por saber y relatar para el pueblo. Menos enamorados del oficio, o menos ilustrados en cuanto al verdadero rol del periodista en el mundo de hoy.
Aunque poco se les puede pedir con lo deshumanizante que se ha vuelto la profesión, cada día más presionados a trabajar a la velocidad de la luz, lo que los obliga a escribir sin darle mucha vuelta al asunto, sin reflexionar y opinando a destajo, también se advierte la falta la investigación acuciosa de ciertos temas, lo cual debe ser difícil con el editor encima pidiendo la primicia.
Quizás deberíamos retornar a ese periodismo donde el editor era un padre sabio y comprensivo, que enseñaba las viejas tradiciones éticas que tanto faltan hoy. Volver al periodista callejero que chocaba con la realidad, la investigaba, procesaba y relataba minuciosamente, dirigiendo sus palabras al lector critico, informado y agradecido.
También resulta difícil hacer periodismo en un contexto donde los Medios de Comunicación tienen tanta relevancia, donde hacen y deshacen en cuanto a manipulación y censura, además de los monopolios, o los ataques directos contra periodistas, son los tapujos que llevan al desencanto y el enlodamiento de la profesión. En América Latina estos temas están vivos, y día a día atormentan el debate público libre y pluralista. Es por eso que se han formado entidades que se dedican a defender la libertad de expresión y la prensa en América; la Sociedad Interamericana de la Prensa, es una organización sin fines de lucro, nacida en Washington. Principalmente, alienta el conocimiento y el mayor intercambio de información entre los pueblos de América en apoyo a los principios básicos de una sociedad libre y de la libertad individual, además de defender la dignidad, derechos y responsabilidades del periodismo.
A pesar de todo lo que hoy ocurre en el contexto tanto político como laboral, no podemos desconocer que lo que nos hace falta hoy son Quijotes de la prensa, personas dispuestas a vivir para el oficio, faltan amantes de la democracia y la verdad, genios de la norma y moral ética, luchadores empecinados por la libertad de expresión; faltan apasionados por el periodismo, falta el periodista crudo, desgarrado, quien con su manuscrito ensordece, aquel que saca a relucir la verdad con su texto de estandarte, ese que derrama la sangre de tinta por su convicción de informar.
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