miércoles, 24 de noviembre de 2010

Monólogo exterior

¡Hola! me dijo, con esa cara medio inocentona que tanto la caracteriza, que ahora conozco tan bien, y hasta odio un poco. Caí, eso es todo. Sus ojitos que me titilaban y listo. Supongo que fue fácil para ella usar a un tipo como yo, medio decaído, con la espalda corvada y mirada de Hush Puppies. Usar? No, igual la entiendo a veces, medio caprichosa, conservadora, me quería, si, pero no como yo quería que me quisiera.

¡Hola! me dijo el día que nos conocimos. Me llamo Luna y tú? Con su gesto repentino me dejó encandilado, ciego, vulnerable. Y sediento de ella hasta hoy… Pero yo sé que siguiendo a Luna no llegaré lejos, no tan lejos como se pueda llegar.

Ese día dejó la puerta resentida. Sus gritos dejaron mi corazón y los vidrios trizados. Las cosas que dije no tienen sentido, ni ahora ni antes, no puedo detenerme, ponerme a pensar. Todas sus promesas cayeron fuerte y rápido, en segundos ya estaba en el total vacío. ¿Cómo dejé que las cosas llegaran hasta aquí? Que ella ocupara todo el lugar que tan solo mi alma debía ocupar. Hoy, no veo nada más que a mi soledad, me hundo en mi desesperación y no encuentro más salida que su huella invisible. La noche seguro que me alcanzará.

Y lo peor de todo, es que aún puedo recurrir a ella, cuando quiera, lo sé. Ella con su fingida superación vestida de calentura, me recibirá con los “brazos” abiertos. La última vez, cuando me iba a casa, le dije en el umbral de su puerta: No es que tu mirada me sea imposible, tan solo es la forma como caminás. Destruido. Su cuerpo, su olor, su mirada, la forma como camina al espejo a arreglarse el pelo. Las arrugas de sus pies. Vergüenza sentía de explicarle cuan amarrado estaba a sus sábanas, a su voz, a su risa, a su forma de pensar.

Necesito desprenderme, nuevamente estoy en el clímax de mi lucha, seguro, comprometido con la causa, codo a codo conmigo, listo para enfrentarla, enfrentarme. También he notado que es necesario encontrarme, para que cuando llegue el real vacío, no esté solo, y pueda estar acompañado del yo ausente, el yo postergado.
Lo intenté una vez, le comuniqué que ya no podíamos seguir así, tanta pelea, la familia, que ella iba a entrar a la universidad, que yo me voy de viaje a Australia. Millones de razones banales que no significan ningún argumento para dejarla, solo escondían mi miedo a aferrarme más. No le podía decir: quiero cuidarme de ti, no puedo cavar más hondo porque no podré salir.

Pero no me dejó. “Vamos mi cariño que todo está bien, esta noche cambiaré, te juro que cambiaré. Vamos mi cariño ya no llores más, por vos yo bajaría el sol, o me hundiría en el mar”. Un par de tiernas frases con esos ojitos de “Te amo” y me atacó el pensamiento como una daga por la espalda, pensé: esto parece verdad para mí. Y rodé, rodé por la colina, pero caí más hondo esa vez.

Pasaron tres meses. De cine, de helados baboseados, de cubrecama endurecido; risas, traguitos con los amigos. Íbamos de bien en mejor. Yo ni siquiera podía hilar un solo pensamiento, todo giraba en torno a sus necesidades y a las recompensas que ella me daba por hacerla feliz.

Era viernes y le preparé en su departamento su comida favorita, ella debía venir de la universidad, luego de un día agotador. Va a ser una velada hermosa, pensé. Con velas para hacerlo más cursi, aunque sabía que corría un riesgo, a la Luna no le gustan las cursilerías. 10:27 pm. Escucho las llaves introduciéndose en la cerradura, acompañadas por el vaivén del colorido llavero. De entrada era evidente que algo escondía, se mostró sorprendida por mi presencia. Antes de poder servir la comida, me dijo: Tenemos que hablar, conocí a alguien, creo que debemos terminar. Tú sabes que te quiero mucho, pero hace tiempo que estamos mal, y prefiero terminar ahora, antes de que las cosas se pudran más.

Me quedé pasmado… ¿Hace tiempo que estamos mal? ¡¿Conocí a alguien?! No supe cómo reaccionar. Solo le pedí que lo pensara, que lo hiciera por los dos, que no podía vivir sin ella, que haría cualquier cosa por recuperarla, que le daba el tiempo necesario para aclararse, pero que por favor no me dejara aquí. Sentía como si el edificio estuviera siendo atacado por terroristas suicidas en aviones robados, todo caía, se rompía, ardía en llamas.

Desconcertado. Me tomó cinco semanas aceptar lo que había sucedido, aquello que yo no pude hacer en meses, ella lo hizo con 7 frases. Me dan ganas de gritarle, pegarle, decirle lo que siento. Lo imagino: ¡Suena como un crimen lo que tú me has hecho, deberías ir a parar a la prisión! ¡Suena como un crimen que me hayas mentido, que hayas engañado a este corazón!

Mientras intento olvidarla y calmar estos pensamientos, seguiré caminando por las calles de Sidney, son casi las cuatro de la madrugada, mi casa brillaba cruzando ese mar.

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