El 18 de agosto, asistí por primera vez en mi vida a una marcha, la movilización estaba convocada por la Confech (algo así como el centro de alumnos que rige todas las universidades), y se iba a marchar en contra de la privatización de la educación. Como verán más adelante ésta no pudo ser llevada a cabo.
Llegué sola, alrededor de las diez de la mañana a Plaza Italia, el lugar estaba más bien desocupado, a esa hora se encontraban varios equipos de prensa y representantes de unos cinco colegios, los alumnos secundarios no eran más de 500. Frente a ellos, más de diez carabineros en caballo y unos 20 a pie. Más lejos se encontraban “cucas” y “guanacos”, calculo que en conjunto eran diez vehículos de fuerzas especiales de carabineros. Noté que estaban totalmente organizados, hablaban por radio y se miraban, como si hubiera un grave problema o una amenaza. Con sus trajes parecían listos para ir a la guerra de Vietnam, todos de verde, con cascos de astronauta camuflado.
Las alumnas del Liceo 1 estaban al medio y en el frente, con una pancarta blanca que decía: “Liceo1 defendiendo la Educación Pública”. Camarógrafos gravaban las caras de las niñas mientras ellas vociferaban sus cánticos muy bien aprendidos. Me las imaginé en recreo anotando las letras de los gritos en la pizarra, cantando juntas, hasta que todas los aprendieran.
Así pasó la hora, y poco a poco comenzaron a llegar más estudiantes, ahora también universitarios. A las 11 de la mañana, estaba llenísimo. Habían llegado mis compañeros del ICEI, la gente de la Católica, muchas facultades de la Chile, otras universidades y colegios.
Como es natural, los alumnos de las universidades más tradicionales de este país tomaron la dirigencia del conglomerado y se ubicaron frente al contingente policial. Desde esa perspectiva, a unos 10 metros de los tortugas ninjas, podía ver como se desarrollaba la primera parte de una marcha. Los líderes de cada grupo iniciaban un canto que seguían las personas que se encontraban más cerca, en momentos se escuchaban cantos simultáneos, como atropellándose, pero otras míticas veces, quizás por un silencio repentino, el llamado se hacía extensivo espontáneamente y en un momento de coordinación mágica, muchísimas personas se unían en torno a un solo ritmo. Se sentía la potencia del mensaje y la fuerza con la que cantaban los concurrentes. En eso nos encontrábamos cuando llega un comentario de que la marcha que había sido autorizada, se desautorizó.
Mientras los dirigentes que se encontraban cerca de mí pensaban que hacer, y los alumnos seguían con el ritual agitador, vi un chorro de agua volar en las alturas hacia nosotros, cayó con una fuerza implacable sobre mis compañeros, algunos de ellos se alcanzaron a tapar con el lienzo de plástico que traían, en mi caso no fue así y mi espalda sintió el golpe. En cosa de 1 o 2 segundos comenzaron a escucharse bombazos.
Aún no tenía miedo, comencé a correr en dirección contraria de donde venía el chorro, mientras sentía la picazón que había provocado en mi piel el agua del guanaco. En cosa de 15 segundos, ya no podía ver, ni respirar, el gas lacrimógeno estaba haciendo efecto en mí. Claramente perdí de inmediato a todos mis compañeros mientras intentaba caminar entre esos cementos que dividen el pasto de la arnilla sin caerme, y tratando de esquivar a los cientos de estudiantes menores que yo, que corrían despavoridos por un poco de aire sin gas.
Estaba en esa búsqueda realmente desesperada cuando una bomba o un zorrillo, no sé bien qué, tira justo el gas a mi lado, mi pañuelo empapado ya no servía de mucho y los llantos de las niñas a mi alrededor me tenían histérica. Así fue como troté (temía correr y que el gas entrara aún más en mis vías respiratorias) hacia una calle pequeña.
Cuando estaba entrando ya no podía respirar, la sensación era como que me quemaran la piel de la espalda y los brazos, a la vez que la garganta y los pulmones ardían como si hubiera jalado un concentrado de ají muy fuerte, los ojos lloraban como frente a una súper-cebolla, agregado a eso :el terror.
En ese intento de mantenerme caminado, escucho que no vayamos por ahí, que vienen los pacos por la otra salida, una de las universitarias insta a que levantáramos las manos, en señal de rendición, todos lo hicimos y como no quedaba otra, caminamos lentamente hacia los carabineros con las manos en alto. A pesar del gesto tiraron otra bomba en el callejón, estábamos atrapados, aún tratando de reponernos, y nada que hacer, correr.
Llego a una esquina llorando, y me encuentro con una fila de carabineros con escudo... como no podía ver bien, y lo único que quería era cruzar Vicuña Mackenna, choqué contra uno de ellos, me empujó con el escudo y me miró con una cara de satisfacción única.
Mojada seguí caminando mientras le pedía un limón a un niño, ya podía respirar, pero el calor en mi piel era insoportable. Me encuentro con una amiga, comienzo a preocuparme por los demás y a buscarlos, mientras caminaba se escuchaba que desde atrás todos corrían, una vez más nos perseguían, la angustia y la rabia se respiraba, todos gritaban ¡Esto no es justo!, ¡No alcanzamos a dar ni un paso! Y llegaron de nuevo, el aire inyectado de dolor se hizo presente ya no solo para nosotros, si no que para oficinistas y trabajadores.
Corrí despavorida nuevamente, y con terror de que apareciera un zorrillo, intenté entrar a un almacén o a un local, pero la gente nos cerraba las puertas. Como si fuese un delincuente me escondí tras de un auto, me sentía perseguida y en verdadero peligro, nunca había sentido que algo pudiera atentar contra mi vida, contra mi integridad física de esa forma, tengo contemplados en mi mente accidentes, enfermedades, pero que el gobierno ponga a los carabineros (según me comentaron) de 5 comunas, listos y dispuestos, a hacerme vomitar, desmayarme y hasta quizás quedar gravemente herida por las pisadas de mis compañeros.
Me encontré con otra amiga mientras caminaba, y decidí escapar a alguna micro que me acercara a mi casa. En la micro pensaba: ¿para que me metí en esto?, y la respuesta estaba en mi ropa.
Mi polerón blanco estaba manchado de sangre, posiblemente alguien se me había caído encima o algo así. Quedé petrificada cuando me di cuenta, y comprendí el nivel de violencia que había presenciado. “Debemos luchar contra esto” fue mi conclusión.
Si, aun estoy choqueada, no cabe en mi mente que alguien, o algo como el estado pueda venir y maltratarme porque no le gusta lo que hago y es eso lo que alego. Por mi parte, comprare una mascarilla de esas bacanes para que no me hagan daño las lacrimógenas.
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