jueves, 26 de mayo de 2011

Plaza de Armas, el reflejo misceláneo de Santiago de Chile.

En la capital del país se encuentra la Plaza de Armas de Santiago, en la intersección de las calles Catedral, Ahumada, Compañía y Estado. Se plantea como un lugar para el tránsito, el comercio, la entretención y el encuentro. Antiguamente era el escenario de las torturas a los delincuentes y alzados, especialmente mapuches en la época de la colonia. Hoy es un punto de referencia, un área apta para poner estrategias de marketing, ferias de empleos, marchas en pro de alguna ideología y muchas otras actividades relativas a la acción comunitaria.

También es pasarela para prostitutas y prostitutos, cama de indigentes, sala de juegos para adeptos al ajedrez, centro espiritual para tarotistas, santuario de predicación para evangélicos, oferta de empleos para contratistas y asiento de espera para muchos peruanos que buscan trabajo.

Es la mañana del 14 de abril, y la plaza luce iluminada, la luz del sol pega en lo más alto de la catedral y en las estatuas de la pileta de agua. Siete palomas se dan un baño de agua fría en la segunda meseta de la pileta, cotorrean y mueven sus alas indiferentes de la mirada atenta de un hombre mayor que está sentado en la banca del frente. Las canas largas se asoman a través del gorro de lana que tiene puesto. Viste un abrigo verde oscuro y zapatos rotos. La barba descuidada lo hace ver viejo y desaseado. Pasan los minutos y su actividad es la misma, mirar y mirar el quehacer ajeno, sin importar el paso del tiempo.

Un poco más al norte se presenta otra escena, son las diez de la mañana y gradualmente se van ubicando los pintores de la plaza. Uno de ellos llega desde la profundidad del metro con una mochila pesada sobre la gastada chaqueta de cuero; denota que trae consigo las herramientas necesarias para el trabajo del día. Saca de su bolsillo un manojo de llaves y se acerca a los armazones de fierro que están amontonados y amarrados a un árbol. Luego de abrir un par de candados, saca lo que será la vitrina de sus trabajos. Quita las telas y aparece una decena de obras de arte pictórico de distintos tamaños. Un arte muy colorido es el suyo, texturado y con mezcla de técnicas, abstracto y no figurativo. Arma un improvisado atril y se dispone a avanzar en otra de sus obras. Vierte colores y trazos en lo que, seguramente, se transformará en el adorno del living de alguien. Así se gana la vida, pintando a la vista inquisidora de numerosos turistas y santiaguinos que se paran tras su espalda cuchichiando sobre su creación.

El centro de la plaza marca el kilómetro cero de la ruta 5 , y no es al azar que esto sea así. Pareciera que este mega mix de cemento, árboles y colores tuviera en sí mismo algo más que solo personas caminado a paso ágil, sin mirarse las unas a las otras. Es más bien un pequeño mundo que manifiesta el estado de un universo social.
La Catedral de Santiago por fuera se mira desde el ajetreo, los ruidos, el reten de Carabineros que cada día se estaciona frente a ella. Desde dentro es un espacio pacífico y un tanto tenebroso. Representa a la perfección la idea de “religión católica ,apostólica ,romana”, y junto con esto el oscurantismo y silencio de la Edad Media. Todos meditabundos entran a la iglesia con un ritual de humedecerse las manos con una agüita “santificada”, y luego persignarse. Dentro del templo judeo-critiano se camina a paso lento, se habla bajo y se observan con vehemencia las imágenes de santos y profetas.

Una pesada puerta de madera enchapada separa esa realidad de una radicalmente diferente, al salir la brillante luz del sol encandila y el ruido de los autos y buses que pasan por las calles desconcentra. Afuera todo es distinto, las personas parecieran estar concentradas en lo que deben hacer y hacia donde van, no en donde están, ni quiénes son.

La delincuencia es normal en el centro de Santiago, y la Plaza de Armas no queda fuera del ojo de los lanzas. Una joven de nacionalidad peruana asegura que sus connacionales que se sientan todo el día al costado derecho de la catedral no son ladrones, no son capaces de ir a robar, pero acepta que algunos de ellos son los que reducen la mercancía.

Paula vive desde los nueve años en Chile. Junto a su madre y a sus hermanos pequeños llegaron buscando un futuro mejor. Cursó la enseñanza media en Chile y entró a estudiar derecho a la Universidad de Las Américas. Duró un año y quedó embarazada de un chileno. Doce años después de haber llegado, trabaja en uno de los tantos negocios de la “pequeña Lima” vendiendo productos peruanos, industriales y vegetales, para sus compatriotas y restaurantes peruanos de la capital.

El comercio y la mano de obra es la fuente laboral de la mayoría de los peruanos que viven en Santiago. Un joven que trabaja para Turistik, en la plaza, cuenta que ha visto como llegan camiones con gente que pide mano de obra barata e inmediata, y los peruanos –que incluso andan con herramientas de trabajo en sus mochilas- se pelean por la jornada de trabajo.

El comercio ambulante es el mayor problema para la ley pública, dice un carabinero de unos 60 años, perfectamente vestido con su traje verde y sus chapitas doradas. El retén móvil está estacionado en medio de la plaza los siete días de la semana, además hay un contingente policial destinado a velar por la seguridad y el cumplimiento de lo establecido para un lugar público. Sin embargo la prostitución no presenta un problema mayor para ellos. El “paco” cuenta que “las chiquillas no son mayor problema, aquí el problema son las personas que vienen a protestar”.

El carabinero se exalta al saber que quienes lo entrevistan son dos alumnas de la Universidad de Chile, y suelta apresuradamente “Yo recuerdo muy bien las caras, si las pillo un día en algo así, de esos mismos aritos que andan trayendo las metería en el retén”.

Luego de tal amenaza, las personas que circulaban por la Plaza de Armas no se inmutaron. Los ciudadanos siguieron caminando como si alguien los persiguiera, los discapacitados rogando por unas monedas, los curas escuchando pecados, los tarotistas diciendo ambigüedades, las prostitutas cobrando, los pintores soñando mundos y los peruanos esperando una alguna oportunidad.

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