jueves, 26 de mayo de 2011

Movilizaciones violentas

El miedo de salir a luchar

Gases, chorros, pancartas vociferantes, fuerzas especiales, jóvenes enardecidos e impotencia suelen ser los componentes de algunas marchas en el país. El testimonio de una joven recapitula como el exceso de violencia puede enmudecer a una persona.



Esta historia es sobre las tan vilipendiadas marchas y sus inesperadas consecuencias. Corría el mes de Agosto del 2010 y la movilización convocada por la CONFECH reunía esa mañana más de cinco mil estudiantes en la Plaza Italia. Eran las diez de la mañana y Javiera llegaba puntual al encuentro. El principio del Parque Bustamante se encontraba repleto de estudiantes secundarios quienes emocionados levantaban sus pancartas en pro de la educación pública.

Los últimos sucesos políticos, donde destacaban medidas privatizadoras de la educación superior llegaron a enardecer los ánimos de quienes, en años anteriores, ya tenían mucho que decir en cuando a la forma en que el gobierno de Chile estaba llevando los temas de educación. Esta vez el gobierno había dado la partida, con sus últimas acciones había logrado calentar los ánimos nuevamente.

El presidente de la FECH del 2010, Julio Sarmiento, había conseguido permiso para marchar por las calles aledañas a la Alameda, sin embargo la alta esfera de la organización, en conjunto con él, decidieron hacer caso omiso a las amenazas de los carabineros y dieron el primer paso para marchar por plena Alameda.

Javiera estaba con sus compañeros de la Chile cantando los respectivos ritmos. Se ubicaron frente a las fuerzas especiales, pero estaban tranquilos. Desde ahí la joven podía ver los numerosos carros lanza agua, los retenes y los carros lanza gases. El contingente policial era cuantioso. A caballo, a pie, con escudos y cascos, los carabineros estaban listos para atacar.

De pronto y sin previo aviso calló un chorro potente de agua sobre la espalda de la joven, instantáneamente todos corrieron y los que pudieron se cubrieron con sus pancartas. En cosa de segundos se escucharon los bombazos, uno, tres, seis, quince, incontables estruendos escuchó Javiera a su alrededor; sin miedo corrió hacia atrás pensando que encontraría la salida. Pero el gas lacrimógeno estaba haciendo estragos en su respiración y en la de sus compañeros de marcha. Uno que otro caía derrotado y era pisado por los demás. Estaban acorralados.

Corría de un lado a otro, sin poder ver ni respirar, desesperada por un poco de aire, cuando sobre ella cayó un joven ensangrentado, ahora la imagen era mas horrorosa, los gritos de las niñas, la tos de los demás, y ahora su chaleco blanco teñido de rojo.

Los atacaron constantemente, hasta lograr dispersarlos. Javiera nunca pensó que podía ser violentada físicamente por el Estado. Tenía en su mente contemplados, accidentes, robos, enfermedades; ¿Pero que su propio país la atacara por juntarse con más personas a proponer ideas relativas a mejorar la educación de Chile?

Hoy se sigue combatiendo, la gente sigue saliendo a la calle a luchar por sus derechos, primero de expresión, y luego por muchos otros como el de educación pública, de calidad y gratis; o como el derecho de cuidar nuestro medio ambiente de represas y termoeléctricas.

A pesar de entender y compartir el pensamiento de que las marchas son una manera válida de que la gente se haga escuchar, y que en el contexto actual de el país es importante moverse ahora, antes de que se profundicen las medidas privatizadoras, o comiencen a talar árboles y matar ríos; Javiera ya no puede salir a la calle.

Luego de ese día donde vio y vivió la violencia que es aplicada por parte de fuerzas especiales para dispersar las marchas, algo cambió en su interior. Un miedo irracional nació, una idea se originó en lo más profundo de su mente y ahí se alojó. “Me pueden atacar y puedo morir” es una frase ridícula en el contexto de una marcha donde en general la gente no muere; pero para Javiera es una realidad cada vez que piensa en asistir a las movilizaciones con que tanto se siente identificada.

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